Pese a las recomendaciones populares, el blanco no es el mejor color para vestir este verano, pues factores físicos muy precisos muestran que es justamente el menos popular, el color negro, el que no meterá tu cuerpo en un caluroso horno textil.
El estío es proverbialmente la temporada más caluroso de todo el año, aquella en la que la convención dicta que se vista únicamente prendas ligeras y de preferencia en colores claros para evitar que el cuerpo alcance temperaturas que podrían arriesgar su estabilidad.
Esta idea, sin embargo, desde un punto de vista estrictamente científico no es más que un prejuicio, una idea parcialmente insostenible si se le examina desde los fundamentos de la física e incluso de la biología.
De entrada hay que aceptar que, en efecto, el color blanco en la ropa refleja las ondas luminosas provenientes del Sol, en razón que el blanco es la combinación de toda la luz visible. El problema es que si bien los rayos solares son la principal fuente de calor, nuestros cuerpos, por nuestra anatomía elemental de mamíferos de sangre caliente, también emiten este tipo de energía, generándose el mismo efecto sobre la superficie clara que devuelve el calor hacia su fuente. Dicho en pocas palabras: una prenda blanca se convierte en una especie de horno veraniego para nuestro propio cuerpo.
Así, es lógico que el mejor color para evitar este efecto sea el negro, que posee la propiedad de absorber la energía y, en condiciones atmosféricas idóneas, irradiarla en los alrededores.
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